Furia, ¡el celaje de Los Llanos!

 



Maylida Armas - Vía Blog Vivencias Llaneras del Abuelo –

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Luis Alberto Crespo, con esa bellísima prosa que lo caracteriza, así como su pasión por los caballos, nos lleva en su libro Llano de hombres, a los recuerdos de Teodoro Heredia, el dueño de ese caballo legendario, siempre ganador en los coleos, que se llamó Furia y que mereció la composición de un famoso corrío con el mismo nombre, cantado por El Carrao de Palmarito. Acá el relato.

 

Diez tiros por un caballo

Luis Alberto Crespo

“Era un ruanito ponche crema, redondo en ancas y de pecho musculoso, que alumbraba con su crin y su pelaje el círculo polvoriento del hato. Tenía marcado el número 50 en la paleta…”

“El tropel volaba entre los palos. Teodoro Heredia buscaba con la vista al pálido potrillo en la confusión de ancas alazanas, castañas, zainas que brillaban de sudor bajo el sol. Eduardo Arreaga interrumpió la solitaria ceremonia que se celebraba en la corraleja: “-¿Va a ensillar ese caballo, compadre?- No, déjese de eso, no vaya a ser que se dé una caída de ese mochito”. Teodoro Heredia lo miró fijamente. Él no podía equivocarse. Más que un reto a su pericia de conocedor de caballos aquel acto era una revelación. Casi, sin decírselo, casi con el pensamiento, respondió “-Me gustó y lo voy a ensillar. Y preparó el lazo…”

“Dieciocho años después aquel encuentro dejó de pertenecer a la memoria de dos hombres. Un Seis Numerao, un corrío, lo eventó al espacio del mito y el potro no tuvo entonces otras distancias ni otro cielo.”

“Alejandro Bolívar fue el encargado de prepararlo, lo llevó al primer encuentro con los toros. “Había un ojeo cerca de allí. Los vaqueros salieron a parar un ganado. Corrieron en sus caballos más o menos un kilómetro. Los belfos de las cabalgaduras acezaban. Estaban extenuadas. Un toro surgió de una calceta y voló por encima del pasto. Alejandro Bolívar azuzó al potro y sintió el empuje poderoso de su arrancada. En un pedacito de sabana lo alcanzó y volteó al torazo, tomándolo por la cola hasta dejarlo por tierra, patas arriba, por el “filo e´lomo” como reza el idioma del coleo. Esa fue su primera hazaña. Era un potro de bozal solamente” recuerda aún emocionado Alejandro Bolívar. Desde esa vez, el ruano que habría de ser Furia comenzó a decirle con su estirpe a los jinetes de lo que era capaz”

Se hizo famoso en las mangas de coleo, valiente, rápido y firme: “un caballo como Furia no lo parirá otra yegua”, dice El Carrao en su canción. Se hizo leyenda, pues se decía que quien no coleaba en Furia, no era buen coleador. Aún en la oportunidad en que fue corneado en el vientre, el jinete pudo tumbar al toro.

“Allá en las mangas de coleo, los amigos no se cansaban de ofrecerle dinero (a Teodoro Heredia), o de proponer “buenos negocios” por “Furia”.

“Vende ese caballo, Teodoro. Hay mucha gente envidiosa. Ten mucho cuidado”, oía decir después de cada tarde de toros coleados o cuando regresaba a su casa con su caballo fogoso y altivo. Los asesinos estaban en las talanqueras, en las esquinas, en los clubes de El Tinaco y Valencia. Una noche de enero del 67, Furia y sus diez yeguas pastaban en el potrero del hato “La Palma”. Nadie oyó nada. Los asesinos (porque fueron varios, dice Teodoro convencido) sacaron el caballo del potrero, lo llevaron a la quebrada de ”El Pesquero” y le dispararon por el lado de montar diez tiros con una pistola calibre 22. Cuatro balas le apagaron la inteligencia, una quebrantó la esbeltez de su cuello, otras se abatieron sobre los poderosos músculos de sus hombros y la última buscó su corazón, su señorío. “como era un caballo noble, se regresó a la carrera” canta el Carrao.

A la mañana siguiente, un amigo fue a despertar a Teodoro Heredia a El Tinaco. “Furia” estaba allá, en el potrero echado, humillado. Teodoro Heredia crispa los músculos de su cara, luego con esa reciedumbre de hombre de llano, habituado a lo terrible, recorre de nuevo el camino de 1967: “Lo encontré bajo un roble. Estaba echado. Alzó la cabeza y lanzó un relincho cuando me vio. Fui a buscar al médico. Eran diez los disparos, pero el que lo mató, se le quedó en el codillo, al lado del corazón. Duró sin embargo, ocho días, la última vez que lo vi, estaba mejor, comió bien y se arrecostó al muro. Así lo encontró Chamorra, el peón amigo que lo cuidaba, a la mañana siguiente. Murió parado”

“¿Quién mató a Furia? ¿Por qué lo mataron?, continúan preguntándose en Tinaco y en los pueblos. Una extraña fatalidad y un incomprensible odio asolaron su estirpe. Las diez yeguas que había preñado desaparecieron del potrero donde las tenía Teodoro Heredia. Un hijo suyo amaneció muerto. Una hija, “Reflejo” que fue de Alejandro Bolívar, una rucia blanca, overa, murió de cáncer. Y Chamorra, el que lo cuidaba, fue envenenado con aguardiente. Lo habían oído decir que él si sabía cómo se llamaba el asesino de “Furia”.

El corrío cuenta la historia que coincide en casi su totalidad con este relato escrito por Luis Alberto Crespo, recogido de los recuerdos de sus protagonistas.

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